Los verdaderos fantasmas se ven.
Lo que ella no sabía es que vio un fantasma porque todos los demás querían que viera sólo ese. Ese fantasma que no existe.
Las estrellas dejaron de sonar.
Quizás es algo muy personal. Quizás no. Quizás a ciertas personas les pasa. O quizás no.
De pequeño pensaba que el sonido de los grillos era el de las estrellas al titilar.
Y digo que lo pensaba, porque ya no lo pienso más. Ahora sé que el sonido que hacen los grillos es el sonido que hacen los grillos, y el sonido de las estrellas al titilar no existe. Perdón si con este comentario le robo la ilusión alguien. Es lo peor que me podría pasar. A mí y a ese alguien. Lo siento. De verdad.
Cuando me di cuenta de esto, que no fue hace tanto, se produjo dentro y fuera de mí una gran tristeza. Un vacío tan grande que sería imposible llenarlo.
No sé si estaba mal por haber pensado durante 43 años algo que nunca fue real o por haber perdido mi súper poder de escuchar sonidos a miles de años luz de distancia. Qué lindo era.
Recuerdo que todo el día esperaba una sola cosa: la noche.
La noche para mí era una mezcla de sonidos simétricos que se convertían en loops melódicos cuando una estrella se juntaba con otra, queriéndose al compás. No como las nubes, que se peleaban y lloraban.
Ahora entiendo por qué las estrellas estaban en silencio cuando iba de vacaciones a la casa de mis abuelos en Barfleur. No era una coincidencia, no era hábitat de grillos.
Yo soy de los que piensan que las coincidencias sí existen, así que investigando un poco sobre grillos y estrellas, me ilusioné con la posibilidad de haberme equivocado.
Descubrí que entre grillos y estrellas hay dos grandes coincidencias, así que me emocioné. Quizá ambos podían hacer el mismo sonido.
La primera era que sus nombres llevan una doble ele. Pero esa coincidencia era tan estúpida que ni se por qué gasto tiempo en descubrirla. Ni en escribirla. Ni en explicar de que esta coincidencia es absurda. Ni en aclararlo. Ni en aclarar que lo aclaré.
En cambio, la segunda coincidencia me dio algo de esperanza. Y es que las estrellas y los grillos comparten cierto romanticismo. Las estrellas, sin poder decidirlo, tienen que ser testigos de miles de parejas que sellan momentos cursis por donde los encuentre el amor. Las estrellas forman parte de miles de poemas y piropos sin que les paguen derechos de imagen (aunque en este caso, serían derechos de texto). Por otra parte, los grillos también tienen que ver con el romanticismo. Y es que en su canto (el famoso cri cri) están llamado a su pareja. O futura pareja. Supongo que están diciendo "Aquí estoy para ti", "Te quiero encontrar pero no sé dónde buscarte, mejor te espero, algún día pasarás", "No sé si canto bien, pero puedo prometerte cantarte toda la vida", o algo por el estilo.
Había coincidencias, pero ninguna tenía que ver con lo que yo pensaba. La desilusión fue doble. Una vez por enterarme que las estrellas no hacían ruido y la otra por pensar que estaba equivocado en eso y confirmarlo.
En fin, odio haberme enterado que las estrellas no suenan. Era tan mi momento. Era.
Odio haberme enterado que las estrellas no suenan. Pero eso me pasa por andar escuchando conversaciones ajenas a más de dos kilómetros de distancia.
Eme de monstruo.
Después de varios minutos sentado en la arena, con la cabeza hacia abajo por no querer mirar más dos cañas de bambú flotando e iluminadas por la Luna, comprendí que, quizás, el monstruo más temible que existe dentro del mar, y también fuera, se llama Miedo.
Las tres opciones de la vida.
Un símbolo Play luminoso, que apuntaba hacia abajo, le dio inicio a mi historia.
Simétricamente, la puerta comenzó a abrirse como en cámara lenta, pero demasiado rápido si se comparaba con mi estado mental de ese Martes a las 19:03.
Cuando tenía que entrar, y tenía que dejar de mirar el suelo, al que ya le había tomado algo de cariño, comencé a levantar la mirada sincronizadamente con mis pasos al avanzar.
Y allí estaba de nuevo la simetría. Tardé dos eternos segundos en recorrer con la vista las piernas más largas que vi en mi vida. ¡Qué piernas! Y con lo que nos gustan a los hombres las piernas largas.
Realmente, no sé si eran largas porque tardé mucho en levantar la mirada o si tardé mucho en levantar la mirada porque eran largas. De cualquier forma, esas piernas eran largas y tardé mucho en levantar la mirada.
Sorprendido y con un poco de miedo, antes de entrar me di cuenta de que tenía tres opciones delante mío.
La primera, fácil, común, correcta, rutinaria, blanca, sin acento, era entrar. Y, una vez adentro, esperar a que el ascensor descienda hasta la planta baja mirando al techo, dejarla salir a ella primero como buen caballero que soy, y no como lo hacen otros para analizarlas de atrás. Finalmente, salir yo y mis ganas de llegar a casa.
La segunda, una opción jugada, era entrar a la cancha para intentar salir con ella. Más allá de salir juntos del ascensor. Sabía que tendría sólo unos pocos segundos para lograr lo que algunos no se atreven a hacer en minutos o en años. Pero, sin dudas, si esos pocos segundos tienen su premio, como el instante en el que tu cuerpo se adapta al fresco mar en el que te acabas de meter de puntitas de pies, valdrá la pena haber escogido esta elección.
Y la tercera y última opción, era alejarme rápidamente, quizás corriendo y sin despegar la mirada de ella mientras saco el celular para llamar al 911. No era normal encontrarse una jirafa en el ascensor.
La noche es oscura hasta que llega la luz.
Él quería que le leyeran un cuento antes de dormir, ella se prostituía por obligación.
Ellos tenían algo en común: no tenían más de 13 años.
Hasta que un día llegó la luz. Una luz cilíndrica que caía del cielo gris.
Poco a poco, los niños de todo el mundo se fueron juntando alrededor.
De repente, la luz comenzó a aspirar uno a uno a los pequeños.
Junto a un coro de lindas risas, la temible nave, para algunos barbudos, se pudo ver en el cielo despejado.
Llegó la luz. Y la oscuridad para algunos hijos de puta.
Una siesta con los ojos bien abiertos.
Desde el décimo noveno piso del edificio Sol Andino, Marcello ve cosas que otros no ven.
Como, por ejemplo, ayer. Que en lugar de dormir su clásica siesta dominguera, se asomó al balcón a tomar algo y aire.
Era él.
Una cosa.
Muy atardecer para el amanecer.
Hacía un poco de frío. Como para engañarlo con un saquito desprendido.
Con los ojos pesados, pudo levantarse lentamente hasta descubrir que había dormido toda su vida.
Hasta descubrir que rápidamente murió.